jueves, 28 de noviembre de 2013

¿Por qué nos gusta la música?


La música es una de las artes que más presencia tiene en nuestra vida cotidiana. Es difícil encontrar a alguien que no le guste la música, gracias a que nos ofrece multitud de estilos donde elegir.

A lo largo de la Historia ha habido muchas investigaciones tratando de dar respuesta a la pregunte de por qué nos gusta la música, y las principales conclusiones que se han obtenido han sido que ese gusto es innato, mientras que el conocimiento musical como tal es algo aprendido. La atracción y el disfrute con la música parecen impresos en nuestro ADN.

En la misma línea, diferentes experimentos han demostrado que nuestro cerebro al oír música presenta una reacción similar a cuando se toman drogas psicoactivas.
La música está siempre presente, incluso en tareas y situaciones banales se aprecia el elemento fundamental: el ritmo. Hasta cuando caminamos podemos apreciar un ritmo.
Nuestro cerebro responde automáticamente cuando las ondas musicales llegan a nuestros oídos. Puede activarnos al tratarse de música “movida”, con gran percusión y ritmo, o relajarnos cuando es música más melódica.

Incluso se ha demostrado que nuestro corazón también se amolda: con ondas musicales rápidas se acelera, y con ondas lentas disminuye sus latidos.
Nuestro estado de ánimo en muchas ocasiones condiciona la música que escuchamos. Esto es muy positivo cuando nuestro estado de ánimo es bueno, porque tendemos a escuchar canciones alegres y positivas que reforzarán ese estado. La música entonces nos es útil para disfrutar de esa felicidad.

Sin embargo, cuando estamos tristes solemos elegir canciones tristes y dramáticas que no nos dejan salir de esa espiral de pena. Nos dejamos llevar por lo que nos pide ese estado de ánimo y nos ponemos aún más tristes. La sugerencia que podemos hacer aquí es sencilla: llévate la contraria. Cuando estés triste haz un esfuerzo por escuchar canciones positivas y alegres, preferiblemente alguna que puedas relacionar con algún momento o etapa de tu vida muy feliz, que te llene de buenos recuerdos, y pueda ir disminuyendo poco a poco tu momento de tristeza.
                                                                                                                              
                                                                                                                                    Constanza Reyero

lunes, 25 de noviembre de 2013

Afrontar el Estudio, ¿por dónde empiezo?



           Muchas veces, cuando nos damos cuenta de todo el estudio que tenemos por delante, nos “agobiamos”. Para saltar sobre ese bloqueo que no nos permite ponernos manos a la obra tenemos que hacernos con el control de la tarea. Saber que tenemos ese control sobre lo que tenemos que hacer sirve para manejar la ansiedad. Pero ¿cómo?

            Lo primero que vamos a hacer es concretar las exigencias mínimas. Una vez que éstas estén cubiertas, podremos ir mejorando nuestro trabajo.

            Para establecer una base sólida en nuestra planificación debemos tener en cuenta tres principios básicos:

ü  Hacer una estimación lo más realista posible de la cantidad y dificultad de las materias: número de páginas, información de alumnos que ya hayan cursado (y aprobado) la asignatura, y volumen de ejercicios y trabajos.

ü  Evaluar el rendimiento personal. Este rendimiento depende de aptitudes personales y de los aprendizajes anteriores sobre el contenido que tengamos que abordar: cuántas páginas podemos estudiar en una hora, cuánto tiempo tardamos en hacer un ejercicio, cuánto tiempo tendremos que invertir en hacer un trabajo. ¡OJO! No estamos hablando de lo que “me gustaría ser capaz de hacer”, sino de lo que “soy capaz de hacer”. Si no aceptamos nuestras limitaciones, nuestra organización no será realista; y, probablemente, la primera semana ya tengamos una buena suma de trabajo “atrasado”.

ü  Debemos ser flexibles para permitir reajustes para recuperar lo que no nos ha dado tiempo a realizar, y para hacer cambios en el horario o en el orden de las tareas.

Visualizar los tiempos:

ü  A largo plazo: prever la organización de todas las actividades.

ü  A corto plazo: organizar la semana teniendo en cuenta todas las actividades y prioridades. Utilizar una agenda.

ü  A diario: hacer un balance entre lo que hemos hecho y lo que nos queda por hacer. Por eso es importante el principio de flexibilidad.

¿Qué debemos incluir en el horario? TODO:

ü  Actividades rutinarias: aseo personal, comidas, desplazamientos, sueño...

ü  Actividades académicas: clases, cursos, seminarios, tutorías…

ü  Compromisos sociales: visitas, celebraciones…

ü  Ocio

ü  Estudio personal

ü  Imprevistos: dejar un margen de tiempo

¿Qué asignatura estudio primero? Aunque sería maravilloso, normalmente no tenemos una buena concentración nada más sentarnos a estudiar. Centrarnos en la tarea requiere un tiempo. Es por ello por lo que una buena manera de ordenar las asignaturas es la siguiente: empezar por una de dificultad media, continuar por la que mayor esfuerzo nos suponga, y terminar (ya estamos cansados) por la más fácil para nosotros.

También es importante hacer descansos planificados cada cierto tiempo. Un buen ritmo puede consistir en periodos de trabajo de 55 minutos, alternados con descansos de 5 minutos.

Un error frecuente entre los estudiantes suele ser dejar el repaso para el día o los días previos al examen. Si lo hacemos así, dicho repaso se convertirá en un aprendizaje nuevo, ya que los conocimientos no se han consolidado en la memoria a largo plazo. Por eso, es IMPRESCINDIBLE hacer múltiples repasos: el mismo día de estudio, al día siguiente, a la semana y al mes.

Pero... ¡No todo va a ser estudio en esta vida! Tan importante es estudiar como descansar y pasarlo bien. Así que cada día de trabajo lo acabaremos con una recompensa: ver una película, quedar con un amigo, o cualquier otra cosa que nos apetezca. Encontrar un tiempo para todo, no sólo para el estudio, nos hará sentirnos más satisfechos al final del día.

Carmen Gómez Navedo





sábado, 9 de noviembre de 2013

La crisis de angustia: cómo reconocerla y cómo afrontarla.

La crisis de angustia es un episodio de miedo intenso, que aparece repentinamente y de forma desproporcionada, y que provoca una sensación generalizada de malestar.
En los últimos tiempos ha crecido considerablemente el número de personas afectadas por crisis de angustia. Dado que su sintomatología es principalmente física, en muchas ocasiones puede llegar a confundirse con un infarto. ¿Cómo reconocer entonces cuándo se trata de una crisis de angustia?
En primer lugar, la persona presenta a nivel corporal síntomas como palpitaciones, dificultad respiratoria, dolor pectoral, temblores, sensación de mareo e inestabilidad, náuseas, molestias abdominales y sensación de ahogo.
Por otra parte, también implica síntomas psicológicos. La persona puede apreciar una sensación de “despersonalización” como de no reconocerse a sí misma. Experimenta también un miedo intenso a morir o a perder el control y enloquecer. En algunos casos padecen también la sensación de “parestesia”, por la que se percibe un hormigueo o entumecimiento de las extremidades.
Por lo general, estas crisis pueden durar entre 10 minutos y media hora. Limitan el desarrollo de actividades cotidianas, fundamentalmente porque generan un miedo anticipatorio de que volverán a suceder, lo que condiciona a la persona. Además, puede presentarse el problema de que, aunque la crisis de angustia haya sucedido en un contexto concreto, el sujeto lo generalice a otros, y eso le condicione aún más.
¿Cómo afrontar la crisis de angustia?
La intervención en terapia se dirige a ayudar a la persona a vencer el miedo que le provocan los síntomas de angustia, demostrándole que no son letales y que además se pueden controlar con técnicas de relajación y control de respiración.
Las recomendaciones para vencerlos van en la línea de las siguientes:
- Recuerda que aunque estos sentimientos son muy atemorizantes, no son dañinos ni letales
- Lo que estás experimentando es una reacción “exagerada” o intensificada de lo que sería una reacción normal de estrés
- Intenta aceptar lo que estás sintiendo, poco a poco bajará de intensidad
- Trata de distraerte cuando baje el nerviosismo, pasea, charla con alguien…

Del mismo modo, también se dan consejos a la familia y amigos de la persona que padece la crisis de angustia. Se recomienda que no trivialicen lo que está sintiendo, que sean comprensivos y tengan paciencia. Es bueno que les animen a acudir a ayuda profesional, y sobre todo que compartan actividades distractoras.


Constanza Reyero Fernández